Muchas veces creí que
arriesgarme a escribir sobre la universidad era algo que no me competía, porque
al interior del debate sólo las posiciones de algunos grupos que se
reivindicaban a través de las organizaciones reconocidas tenían legitimidad.
Al mismo tiempo, observé que
la discusión se diluía entre el ánimo egocéntrico de quienes siempre tienen la
razón. Al fin y al cabo somos jóvenes construyendo el porvenir, inmaduros por
esencia, creyendo en nuestra inexperiencia tener la virtud de cambiar al mundo.
Los debates intensos por el
cogobierno se desarrollan desde 1960 y la aparición de organizaciones data de
la misma época. Sin duda alguna las representaciones estudiantiles, como
escenarios propios del movimiento, son resultado de una lucha intensa: Si la
universidad se consolidaba desde una estructura jerárquica, los estudiantes
como razón de ser de la academia debían permear las instancias de decisión de
ese entonces.
La universidad pública es
por esencia el escenario crítico y analítico de la realidad social. El carácter
estatal de la misma nos hace sentirla nuestra, vivirla más allá del salón de
clase para pensarnos su proyección.
El movimiento estudiantil,
al que considero cambiante y desordenado por naturaleza, ha nutrido las huelgas
de los sectores populares y al igual que ellos ha intentado consolidar una
estructura gremial y vinculante.
Sin embargo, creo que como
todo fenómeno analizado a destiempo, las circunstancias históricas se repiten.
Así, como hace décadas los tropeles resultaban ser la voz de protesta del
estudiantado, hoy por hoy, se sigue considerando un método legítimo.
Ese radicalismo verbal
inentendible a los oídos del “pueblo”, subsumado entre las ínfulas de quien
cree que las posturas de hace siglos transforma el presente, merece un debate
serio y profundo, que no pienso tocar por ahora.
Sin embargo, el movimiento
estudiantil de los años 70 imaginaba una universidad con co-gestión, un espacio
de cultura y de debate que transformara el entorno social de su época.
Actualmente el debate es el
mismo, la incidencia real del estudiante ante el Consejo Superior
Universitario, la necesidad de una organización gremial y pluralista y el
desarrollo de un ambiente crítico que modifique el contexto.
Es claro para los
estudiantes universitarios que el papel del Representante resulta minoritario
entre una corporación que por costumbre algunos denominan contraria al
desarrollo académico del país. Ahora bien, la única forma de transformar tal
problemática es tras un cambio normativo, que modifique la ley 30 de 1992 y
reconstruya desde allí la estructura universitaria.
El ánimo del legislador es
el que en última medida cambia las cosas. Esto no sucede con ocho capuchas
quemando una urna, así como tampoco cambia con el debate ensimismado encerrado
en un auditorio o el que creen legítimo
desde la plaza pública.
Es hora de tomar las riendas
de manera seria, de repensar la universidad en torno a la unidad del
estudiantado a nivel nacional, pero sin el temor del estigma por pensar
diferente, porque éste espacio que debiera nutrirse por todos, resulta más
sectario que el que el exterior nos ofrece.
Si la academia no transforma
la sociedad, es una institución de mediocres. Hace 40 años se planteaban la
necesidad de consolidar la investigación como pilar fundamental de la
universidad latinoamericana. Hoy todavía la comunidad académica en la UPTC está
pensando si con la investigación y la extensión que aporta el enlace con
entidades privadas, el desarrollo económico de las microempresas y social de
las comunidades, se altera el principio de autonomía y se contribuye a la
justificación de la autofinanciación planteada en las reformas del gobierno.
Como estudiante de Derecho
creo en el criticismo a las instituciones, pero también en el respeto por la
Constitución Política y los aciertos del movimiento estudiantil que con la
séptima papeleta hace 22 años logró la consolidación de una constituyente.
Para mi desfortuna tendré
que salir de la universidad viendo el mismo panorama que vivieron mis padres,
hace dos décadas.
El siglo XXI le exige a la
universidad no perder su esencia, pero tampoco estancarse. La juventud debe
luchar, pero la lucha no se encasilla solamente en botar una piedra. La lucha
también se realiza en la transformación real de los escenarios externos, con la
participación política, cívica y cultural a nivel de comunidades. Con los
proyectos investigativos llenos de innovación y productores de soluciones. Con
los insumos de procesos que cambien la estructura gubernamental que tanto se
critica.
Creo que el problema del
estudiantado es un problema de confianza. De encerrarse entre los libros, los
laboratorios, los códigos, las consignas. De sentir euforia en una marcha, pero
al terminarla no saber que hacer. Del devenir del tropel, con la angustia de
las carceletas y la tranquilidad de verlos regresar a clases. De la indignación
por todas las muertes, pero el temor al debate real y político que merece el
movimiento.
Sé que algunos se ofuscarán
por lo que escribo, dirán que quien soy para decirlo, que qué he hecho para
cambiarlo. Devolvería con gusto las mismas preguntas y sin duda sé que
terminaré en los mismos debates que se dan por horas, mientras el tiempo sigue corriendo
y para desgracia de todos el mundo continúa cambiando.
Lina
Parra
Representante
Estudiantil. Derecho UPTC
Twitter: @linayparra
Twitter: @linayparra