sábado, 21 de abril de 2012

Reivindicar sueños, conmemorar con palabras


Publicado el 25 de marzo de 2012. Periódico El Diario. Edición impresa

Reivindicar sueños, conmemorar con palabras

Tengo 20 años y desde hace cinco vivo orgullosa de ser upetecista. No conocí a Tomás Herrera, quizás para entonces mi madre que cursaba sus primeros semestres no pensaba que algún día yo llegaría a su vida, pero sí fue testigo del deceso, de la desgracia que hace 25 años enlutó el claustro universitario.

El fin de semana en una charla familiar recordó lo sucedido, la impotencia que como estudiante genera ver a otro caído, la nostalgia de la impunidad pero jamás la sentencia del olvido. Sólo afirmó que esperaba que no tuviera que vivir algo parecido, porque el luto nunca se deja atrás. El joven que se va se refleja en sus semejantes.

Dos días después en hechos similares, tuve que ver como mis compañeros caían cerca al busto de Tomás, el cual ese día tenía un frondoso ramo de rosas y una capucha blanca, en símbolo de remembranza y homenaje por su muerte.

Es ilógico relatar lo que vivimos ese día. Basta con decir que el miedo, el temor, la angustia y la sangre rodearon a mi UPTC entera. Jamás sentí tanto silencio, soledad y tristeza entre nosotros.

El jueves la Plaza Camilo Torres se inundó de nostalgia, las lágrimas rodaron por miles de rostros, los rostros de nosotros los jóvenes, hijos de esta tierra de libertad que no entendíamos cómo nuestros compañeros estaban mutilados y el asta a medio izar representaba el luto, el deceso de Ricardo.
Puede que muchos no lo conociéramos, tal vez sabíamos quien era pero nunca cruzamos palabra. Quizás otros entienden el porqué botar una piedra o una papa resulta ser un acto de rebeldía.

Yo aún no lo comprendo. Siempre he respetado los métodos de lucha, la pluralidad de acciones y las formas de reivindicación legítima. No comparto los actos sin trasfondo político, esos que no tienen una causa verdaderamente justa. Esa que olvida el debate y antepone la violencia.

Pero también he aprendido que éste resulta ser un país en guerra, un Estado que se alegra por la muerte de algunos y que repudia la muerte otros. De un país que acepta la corrupción como costumbre fluctuante pero que discrimina al pobre que roba para comer. Esta es una nación que se entristece por los glúteos de una modelo pero que pasa apático frente a cientos de desplazados que habitan en las calles de las ciudades colombianas.

La universidad pública nos hace vivir de frente las injusticias, la igualdad es la premisa y el sentido social el enfoque profesional de nuestros egresados. Hacemos parte de una generación que creció viendo nacer la constituyente y sufrió la muerte de Pizarro y de Garzón. Somos la misma que vio surgir la globalización virtual, el cambio de milenio o la simple legitimación de la violencia tras períodos presidenciales de extrema, que conmocionaron el ideario general celebrando la desgracia detrás de la muerte y legitimando otras en pro de la aceptación de un régimen.

Algunos nos llaman generación perdida y en ocasiones pienso que puede ser cierto. Faltan jóvenes que critiquen, que sueñen, que trabajen. Faltan otros que investiguen, que innoven, que construyan. Faltan todos los que luchan, los que viven, los rebeldes!
Esta es una nueva era, la del diálogo y concertación. La construcción de escenarios participativos y democráticos es imperante. La estructura de nuestra nueva ley de educación no es una tarea en el olvido, es nuestro más grande insumo para cambiar el país, para reavivar la esperanza.

Yo no quiero más 18s ni 20s de marzo, Yo sueño con una revolución de masas, de líderes estudiantiles capaces de cambiar la historia.

El pueblo que olvida sus muertos entierra sus sueños.  Nosotros no olvidamos, conmemoramos con hechos, con actos, con palabras. A unos los llaman héroes por morir cumpliendo su deber. Hay otros que mueren defendiendo sus convicciones, sus ideales. Eso es aún más triste.

Ya no más discursos con ánimo solidario por parte de una administración que llama al diálogo y al acercamiento con el estudiantado, cuando ni siquiera es capaz de prestar una ayuda jurídica y psicológica a los estudiantes y sus familias que hoy viven un suplicio al interior de su hogar.

Nadie es apto para juzgar. Es éste el momento de reflexionar, de tener el valor suficiente para desaprobar la violencia, pero también para mirarnos como ciudadanos y ver hasta dónde hemos realizado acciones para cambiar este país, la Colombia que tanto queremos, el ordenamiento que criticamos y las instituciones a las que día a día nos acercamos.

Lina Parra
Representante Estudiantil Derecho UPTC

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