martes, 12 de agosto de 2014

¡Usted señor tiplero me ha robado el Corazón!

Frente a él cientos de almas, solas, cansadas, esperanzadas en escucharle aquella tarde.
Detrás del recoveco que circunda el escenario, está el, callado, absorto, elevado en algún mundo pentafórico y extraño. Está tal vez igual que siempre, pero en mí despertaba una simpatía impoluta: Su traje, su porte, su cabello lacio, sus manos grandes… Sus ojos azules impregnados del cielo… Ahí estaba, a unos pasos de enseñarle a todos lo que por tantas noches había soñado: El instante en el que el reloj giraba ala izquierda recordando altibajos y disonantes, ese perfecto momento en que el mundo se hacía suyo…
El silencio inundó el recinto. Tan sólo sus pasos se oyeron al subir por el tablado. Sentose erguido, con clase, demostrando a todos su nobleza y elegancia. Sin musitar palabra inició el ritmo, los acordes, aquellos parajes que recuerdan tradiciones, esencias… Inundó a cada alma…
Me detuve por un instante. Observé a mi alrededor cientos de ojos brillosos y empantanados, las lágrimas de los muchos que no comprenden cómo un solo hombre puede impresionarlos tanto.
Y lo vi nuevamente, me fije en sus manos recorrer el tiple como si fuese un cuerpo que exigiera un arreo constante, el ánimo vespertino de sentirlo suyo, de entender sin las palabras el furtivo deseo de encontrarse juntos.
Suspiré por otro tanto, mientras un diapasón marcaba el ya cercano final de la pieza. Me contuve sin mayor remedio, me alegré y en el último aplauso me retiré de la misma forma en que había llegado: sola, esperanzada y con miedo.
Mil veces lo había pensado, mil instantes lo había soñado… Y sin resuello ni cobardía, me regresé para gritarle:
-¡Usted señor tiplero me ha robado el Corazón!
Absorto regresó la vista y me observó por un instante. Volví hacia atrás en mi camino. No esperaba nada, al fin y al cabo era yo una espectadora enamorada de un sonar, de unas manos, de un tiple encantador. Era, solo era, otra más del escenario, no me conocía aquel cantor.